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¡Hola! Soy Ale, periodista con experiencia de más de 10 años en comunicación y marketing digital. Preocupada por el cambio climático, amante de la naturaleza y los viajes. Me apasiona crear estrategias de comunicación, divulgación y marketing en plataformas digitales. Tengo experiencia en empresas y organizaciones ambientales, tecnológicas y financieras. Ah, y también trabajo en una agencia de marketing digital B2B. Mi propósito es ayudar desde la comunicación. También me gusta mucho enseñar.

domingo, 9 de mayo de 2010

Ciudad Bolívar: Crónica de una tarde (1)

Por Alejandra María Alzate Ruiz

Cafetos y farallones
Aferrados a la brisa,
Hacen palpitar con prisa
Nostalgias y tradiciones.
Himno del municipio, estrofa II.

Ciudad Bolívar, un municipio importante para el suroeste antioqueño, cafetero, basuquero, melancólico y parrandero; un municipio de contradicciones, que huele a café y a caca de caballo, que suena a río, guasca y vallenatos.

Un lugar que parece costa, con sus samanes y palmeras, pero que no deja de
ser Antioquia, encerrado entre montañas, ponchos y sombreros.

Así es éste municipio, una mezcla entre vida y muerte, entre alegría y nostalgia, entre parranda y rezos, entre tranquilidad y sobresalto; una población flotante que vive entre cafetales y putiaderos, otra población arraigada entre cosechas y aquietamiento, todos entre el calor y el bochorno… Y en pocas ocasiones llega esa brisa tan ligera que pareciera burlarse de los foráneos para luego detenerse y sofocarlos, en complicidad con las montañas grandes y apretujadas que generan sensación de encierro, y que hacen que el municipio se vea desde la altura como un montón de migajas alineadas.

Los ciudbolivarenses están 100 kilómetros lejos de Medellín, 100 Kilómetros lejos de Quibdó, justo en la mitad de dos capitales tan diferentes, de dos culturas tan apartadas; a dos horas y media de Medellín por carretera, a doce o más –según el clima- de Quibdó. Tal vez por eso aún son arrieros, tal vez por eso el poncho, machete y sombrero, tal vez por eso los mestizos y blancos –renegridos por el sol-, conforman el 94% de la población.

Cuando no hay café para recolectar, éste es un pueblo cualquiera, de esos calentanos, rezanderos y paganos, de iglesia abierta, comercio en el parque, ancianos despreocupados, estudiantes del Citará; Todos afuera, hasta antes del medio día; porque desde que el reloj marca las 12 y hasta que esa brisa burletera regresa a las 3, Ciudad Bolívar se transforma, se queda sola, en las calles habita el sol, y en las pocas sombras que prestan los árboles –sobretodo en la orilla del río- unas pocas personas derretidas, acaloradas, esperan, mientras conversan, a que la brisa llegue a refrescar el pueblo.

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