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¡Hola! Soy Ale, periodista con experiencia de más de 10 años en comunicación y marketing digital. Preocupada por el cambio climático, amante de la naturaleza y los viajes. Me apasiona crear estrategias de comunicación, divulgación y marketing en plataformas digitales. Tengo experiencia en empresas y organizaciones ambientales, tecnológicas y financieras. Ah, y también trabajo en una agencia de marketing digital B2B. Mi propósito es ayudar desde la comunicación. También me gusta mucho enseñar.

jueves, 13 de mayo de 2010

En el baño... (minicrónica)

Ella fue al baño a hablar con su amiga del hombre con el que estaban en la mesa de la discoteca -lo acababan de conocer-. Un portazo, voltearon, miraron, era él. "¿Ustedes de qué están hablando?", "no... de... sólo esperamos... ahh.. ¡ya desocuparon!....", titubearon ellas, bastante asombradas y con algo de miedo. "Traéme perico", interrumpió una mujer muy alta; se le tiró encima, lo aprisionó contra la pared, "parce, deme perico, yo se que vos tenés", "deme $2000 y le consigo", "parce, después se los doy, no tengo un peso, pero deme perico, lo necesito", insistía, cada vez más desesperada. "Si ella me da un beso", "parce, dele lo que quiere, necesito perico", "si usted me da su llavero", dijo ella, entrando en el 'juego'. "¿Mi llavero?... bueno, pero que él me de perico".
Llavero en mano, beso entregado, el hombre se fue corriendo a traer la droga para seguir la pasión con ella. Cuando regresó sólo encontró a una de las tres mujeres.

martes, 11 de mayo de 2010

La Bomba (minicrónica)

Cinco niños de diferentes edades juegan en el improvisado patio de una de las casas del barrio La Cruz, al oriente de Medellín. El más grande tiene menos de 10 años, la más pequeña no tiene más de 2. Ella se aparta del grupo, y se entretiene jugando con una bomba. Los otros juegan con la tierra y con sus manos. Una suave brisa aprovecha un descuido de la niña y se lleva el globo suavemente; ella, obstinada a no perderlo, corre tras él, sin ver el vacío que le espera justo dos pasos adelante. “¡¡La niña!!” grita con desespero un señor desde la casa de enfrente. Los cuatro niños levantaron la cabeza, y al ver a la pequeña al borde del despeñadero, se levantaron inmediatamente, la cargaron y la pusieron en un lugar seguro. Una señora sale de la casa, ve que todo está bien, vuelve a encerrarse. Los niños continúan jugando allí.

lunes, 10 de mayo de 2010

Miedo (minicrónica)

Comuna 13, barrio 20 de Julio, hay mucha gente. En dos cuadras pequeñas están la iglesia, grandes tiendas barriales, el paradero de buses, la panadería con productos desde 100 pesos, la salida a otros barrios, la tienda-cantina. Cada local, cada lugar, atestado de personas; las calles, invadidas por ese bullicio de todos conversando al tiempo; muchos niños jugando... Eso fue hace algunos meses. Ya no hay niños en el parque, ni juegan en las aceras, la tienda-cantina se ve sola, pasan pocos carros por donde antes había congestión... se ven grupos de jóvenes reunidos en ezquinas, y el silencio que dejó el acallamiento de las voces, lo interumpe el ñaaaan estridente de las motos. El aire sopla frío, el barrio se siente solo, el 20 de Julio tiene miedo, y las balas dejaron el noctambulismo.

domingo, 9 de mayo de 2010

Ciudad Bolívar: Crónica de una tarde (2)

Es uno de esos días que no hacen parte del fin de semana, uno de esos meses que preceden la cosecha, una de esas horas en que el municipio y sus habitantes mueren, y sólo viven unos cuántos zombis en frondosas sombras. Todo está quieto, todo es lento, sólo se ve un poco de vida en la ribera, unas cuantas comadres y un fuerte olor a marihuana.

Cuando al fin el reloj marca las 3, la gente de repente sale de sus escondites, y rápidamente el parque que está lleno de gente, sillas, mesas, todos bajo los samanes, repartidos según las clases sociales. En el Salón Dorado, el Centro Social o el Café de los Andes, cerca de la iglesia, “está la gente bien”; A la Heladería La Barra, La Fuente, La Real, Alaska o al Bar de Don Danilo, “llegan los obreros, los campeches”.

Arriba, en las mesas V.I.P., señoras encopetadas, buen traje y alhajas; señores con camisa, pantalón, sombrero y zapatillas, impecables, tomando refrescos, bebiendo café –bien cargado, bien caliente, ¡y con el calor que hace!-. Cuanto más lejos de la iglesia, más “campeche” se vuelve el ambiente. Hombres de botas pantaneras, camiseta y cachucha, sucios, sudados, bebiendo cerveza para refrescar la tarde luego de una pesada jornada. ¿Mujeres? Muy pocas, con poca ropa, de amplia sonrisa, con tez oscura. Todos ellos en el mismo parque, todos bajo la sombra de los 12 samanes, todos “juntos, pero no revueltos”.

La noche empieza a caer, la brisa detiene sus burlas y se vuelve generosa, cada vez se ve más y más gente, los jóvenes ahora sin uniforme llegan al parque, los viejos continúan en él, las familias llegan a tomar café, y los jornaleros continúan bebiendo cerveza, todos distribuidos, todos adueñados del pedazo de plaza que les corresponde.

El último bus hacia Medellín está por salir, mientras no haya inconvenientes en carretera, a las 8:30 estará llegando a la ciudad.

Blanco o negro, sin escala de grises; vida o muerte, rico o pobre, multitud o desierto, es la primera impresión que me llevo de Ciudad Bolívar.

Ciudad Bolívar: Crónica de una tarde (1)

Por Alejandra María Alzate Ruiz

Cafetos y farallones
Aferrados a la brisa,
Hacen palpitar con prisa
Nostalgias y tradiciones.
Himno del municipio, estrofa II.

Ciudad Bolívar, un municipio importante para el suroeste antioqueño, cafetero, basuquero, melancólico y parrandero; un municipio de contradicciones, que huele a café y a caca de caballo, que suena a río, guasca y vallenatos.

Un lugar que parece costa, con sus samanes y palmeras, pero que no deja de
ser Antioquia, encerrado entre montañas, ponchos y sombreros.

Así es éste municipio, una mezcla entre vida y muerte, entre alegría y nostalgia, entre parranda y rezos, entre tranquilidad y sobresalto; una población flotante que vive entre cafetales y putiaderos, otra población arraigada entre cosechas y aquietamiento, todos entre el calor y el bochorno… Y en pocas ocasiones llega esa brisa tan ligera que pareciera burlarse de los foráneos para luego detenerse y sofocarlos, en complicidad con las montañas grandes y apretujadas que generan sensación de encierro, y que hacen que el municipio se vea desde la altura como un montón de migajas alineadas.

Los ciudbolivarenses están 100 kilómetros lejos de Medellín, 100 Kilómetros lejos de Quibdó, justo en la mitad de dos capitales tan diferentes, de dos culturas tan apartadas; a dos horas y media de Medellín por carretera, a doce o más –según el clima- de Quibdó. Tal vez por eso aún son arrieros, tal vez por eso el poncho, machete y sombrero, tal vez por eso los mestizos y blancos –renegridos por el sol-, conforman el 94% de la población.

Cuando no hay café para recolectar, éste es un pueblo cualquiera, de esos calentanos, rezanderos y paganos, de iglesia abierta, comercio en el parque, ancianos despreocupados, estudiantes del Citará; Todos afuera, hasta antes del medio día; porque desde que el reloj marca las 12 y hasta que esa brisa burletera regresa a las 3, Ciudad Bolívar se transforma, se queda sola, en las calles habita el sol, y en las pocas sombras que prestan los árboles –sobretodo en la orilla del río- unas pocas personas derretidas, acaloradas, esperan, mientras conversan, a que la brisa llegue a refrescar el pueblo.