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¡Hola! Soy Ale, periodista con experiencia de más de 10 años en comunicación y marketing digital. Preocupada por el cambio climático, amante de la naturaleza y los viajes. Me apasiona crear estrategias de comunicación, divulgación y marketing en plataformas digitales. Tengo experiencia en empresas y organizaciones ambientales, tecnológicas y financieras. Ah, y también trabajo en una agencia de marketing digital B2B. Mi propósito es ayudar desde la comunicación. También me gusta mucho enseñar.

domingo, 9 de mayo de 2010

Ciudad Bolívar: Crónica de una tarde (2)

Es uno de esos días que no hacen parte del fin de semana, uno de esos meses que preceden la cosecha, una de esas horas en que el municipio y sus habitantes mueren, y sólo viven unos cuántos zombis en frondosas sombras. Todo está quieto, todo es lento, sólo se ve un poco de vida en la ribera, unas cuantas comadres y un fuerte olor a marihuana.

Cuando al fin el reloj marca las 3, la gente de repente sale de sus escondites, y rápidamente el parque que está lleno de gente, sillas, mesas, todos bajo los samanes, repartidos según las clases sociales. En el Salón Dorado, el Centro Social o el Café de los Andes, cerca de la iglesia, “está la gente bien”; A la Heladería La Barra, La Fuente, La Real, Alaska o al Bar de Don Danilo, “llegan los obreros, los campeches”.

Arriba, en las mesas V.I.P., señoras encopetadas, buen traje y alhajas; señores con camisa, pantalón, sombrero y zapatillas, impecables, tomando refrescos, bebiendo café –bien cargado, bien caliente, ¡y con el calor que hace!-. Cuanto más lejos de la iglesia, más “campeche” se vuelve el ambiente. Hombres de botas pantaneras, camiseta y cachucha, sucios, sudados, bebiendo cerveza para refrescar la tarde luego de una pesada jornada. ¿Mujeres? Muy pocas, con poca ropa, de amplia sonrisa, con tez oscura. Todos ellos en el mismo parque, todos bajo la sombra de los 12 samanes, todos “juntos, pero no revueltos”.

La noche empieza a caer, la brisa detiene sus burlas y se vuelve generosa, cada vez se ve más y más gente, los jóvenes ahora sin uniforme llegan al parque, los viejos continúan en él, las familias llegan a tomar café, y los jornaleros continúan bebiendo cerveza, todos distribuidos, todos adueñados del pedazo de plaza que les corresponde.

El último bus hacia Medellín está por salir, mientras no haya inconvenientes en carretera, a las 8:30 estará llegando a la ciudad.

Blanco o negro, sin escala de grises; vida o muerte, rico o pobre, multitud o desierto, es la primera impresión que me llevo de Ciudad Bolívar.

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